La anticipación ante lo que puede salir mal es una emoción que los líderes deben gestionar, para no paralizar a los que rodea y, en definitiva, a la propia empresa.
Cualquier persona responsable tiene motivos para estar preocupada. La preocupación es una alerta necesaria para nuestra supervivencia. Nos protege frente a la inseguridad y la incertidumbre, nos ayuda a mantener las variables bajo control y a prevenir las consecuencias no deseadas. Es un mecanismo de defensa que cualquier líder empresarial está obligado a sentir.
Pero, dicho esto, aprender a controlar esta emoción es un ejercicio imprescindible. De lo contrario, la preocupación generará angustia, llevará a pensamientos recurrentes e inútiles, provocará estrés, insomnio, bajo rendimiento, irritabilidad, incapacidad para disfrutar y parálisis en la toma de decisiones; es decir, problemas que pueden llegar a ser graves.
Un líder no puede permitirse trasladar esta energía a los que tiene a su alrededor, porque paraliza y es tóxica para todas las personas de su entorno. El líder debe aparentar seguridad y apoyo; pero debe prepararse para abordar el control de las preocupaciones. Por lo que es necesario:
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Reflexionar. Tenemos que ser capaces de hablarnos a nosotros mismos con realismo. Evaluar si lo que ronroneamos está fundado o no, y si lo está, ver cuáles son las posibles soluciones. A menudo, los problemas son inevitables, pero el sufrimiento que nos causan depende de cómo percibimos e interpretemos lo que estamos viviendo. El 80% de lo que imaginamos, no sucede.