“Me uno a los albertanos, a los canadienses y a los pueblos de la Mancomunidad de Naciones en el más profundo dolor y pesar por el fallecimiento de su majestad la reina Isabel II.
“El largo y glorioso reinado de la monarca de Canadá ha llegado a su fin, y junto con este, lo que Sir Winston Churchill denominó la segunda era isabelina.
“Para casi todos nosotros, ella es la única monarca canadiense que hemos conocido. En un mundo en constante cambio, fue para nosotros la piedra angular de la estabilidad y la continuidad, una presencia de incesante gracia y decoro en nuestras vidas.
“Su difunta Majestad dedicó toda su vida al servicio de su pueblo y de las instituciones que son la salvaguarda de nuestra democracia parlamentaria y de nuestras libertades. Siguió en el ejercicio de sus deberes públicos en la séptima década de su reinado y a la edad de 96 años, lo que nos hizo creer que era una presencia eterna en nuestras vidas. Por ello, las tristes noticias de hoy son para mí y para muchos una terrible conmoción, ya que algo permanente en nuestras vidas se ha ido.
“En sus muchas visitas a Alberta, Su difunta Majestad demostró un profundo afecto por este lugar y su gente. Su nombre perdurará por siempre, en las escuelas y en las calles, en las carreteras y en los edificios, y ciertamente en la montaña Queen Elizabeth y en la Cordillera Queen Elizabeth de nuestras majestuosas Montañas Rocosas.
“La difunta Reina fue una mujer que profesó una discreta pero profunda fe cristiana. Y por eso me uno a la incontable cantidad de gente de aquí y de todo el mundo para orar por el eterno descanso de su alma y el consuelo de la familia real. Debe haber reflexionado muchas veces sobre la parábola de los talentos, por eso espero que finalmente escuche estas palabras: ‘Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te voy a confiar mucho más. Ven a compartir la alegría de tu Señor’.
“Gracias, Su Majestad.
“Y Dios salve al Rey”.
