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Todos queremos gustar, es lógico, pero intentar la aprobación a toda costa es el camino directo hacia el fracaso.
Desde que nacemos, buscamos el cariño y la aprobación de los demás. "Mira lo que hago" es la frase favorita durante las primeras etapas de la niñez porque construimos nuestra autoestima gracias al reflejo que los otros nos devuelven de nosotros mismos. Es normal que queramos agradar, pero las personas con un buen autoconcepto, que se conceden valor a sí mismas, saben que es imposible conquistar a todo el mundo.
Ser un líder requiere pensar a lo grande y tomar decisiones que beneficien a la empresa sin temor a las críticas o al rechazo. Implica tener visión a medio y largo plazo. Supone establecer medidas que disgustarán a algunos o que van a desagradar a todos. Un líder puede caer mal, escuchar comentarios desagradables sobre él, soportar que se discutan sus directrices y ser el único a quien nadie invite a tomar café. Cuanto antes asuma esto, mejor. "El primer arte que deben aprender los que aspiran al poder es el de ser capaces de soportar el odio", dijo Séneca.
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En mi opinión, para ser un líder hay que tener claro que… El consenso es bueno, pero no imprescindible. La situación ideal es que el equipo apruebe una propuesta, que esté convencido de que es lo mejor para la empresa y que trabaje voluntariamente creyendo en lo que hace. Buscar el acuerdo permite además que, en caso de error, no sea solo el líder quien se equivoque, sino todo el equipo. Pero esta actitud no siempre es posible y en ocasiones solo refleja el miedo a tomar decisiones.
El líder debe asumir sus riesgos, responsabilizarse de sus actos y establecer vías no consensuadas cada vez que sea necesario. Ser uno mismo es mejor que ser quien quieren que seas. Un líder debe ser él mismo, tener seguridad, resolver sin pensar qué opinarán los demás, no temer las reprobaciones, atreverse a decir "no" y actuar a tiempo.
Las personas que intentan agradar a toda costa no expresan lo que quieren, rehúyen el conflicto y no comunican lo que sienten. Para ellas supone una tensión constante y una frustración segura. Pero, además, quienes se esfuerzan denodadamente por gustar son los que menos gustan.