El liderazgo agresivo, en el que las personas aparentan caminar con decisión hacia su meta sin mirar a los lados, ha pasado a la historia. Hoy sabemos que cuando los líderes demuestran su vulnerabilidad, cohesionan a los equipos y todos salen ganando.
Mostrarse vulnerable no significa ir llorando a los demás ni compartir un exceso de información personal sobre los miedos y malestares de cada uno. Significa reconocer los errores y comunicar las emociones negativas que nos invaden tras un fracaso, o las incertidumbres ante los nuevos desafíos para llegar a la meta; es revelar al otro que todos somos humanos y sentimos lo mismo.
Pero, aunque todos tengamos emociones iguales, unos están bien entrenados para manejarlas y otros necesitan aprender a gestionar la frustración, la rabia, el miedo, la tristeza… para que no se conviertan en situaciones dañinas, duraderas e incapacitantes.
La vulnerabilidad es una forma de comunicar al equipo que no nos sentimos bien, pero que vamos a superarlo con su ayuda. Para que este escenario en el que se exponen las emociones se convierta en un beneficio y no un perjuicio es importante:
Crear un ambiente de seguridad psicológica. No es posible mostrarse vulnerable si previamente no se permite a los demás que se expresen libremente y comuniquen sus equivocaciones sin temor a las represalias, a la reprobación o al ridículo. Los líderes saben que los errores pueden convertirse en oportunidades para aprender.
Compartir aspectos personales. No somos unos en casa y otros en el trabajo. O no deberíamos serlo. Nuestra forma de ser es una y, salvando las distintas situaciones y la lógica privacidad de la esfera íntima, no hay por qué ocultar sentimientos y emociones en la empresa, ni fingir ser alguien distinto de quien en realidad se es.