La palabra adhocracia es un término inventado para denominar lo contrario de la burocracia en la gestión empresarial. No digo que haya que elegir un modelo y abandonar el otro, porque ambos tienen aspectos positivos, pero en estos momentos necesitamos sistemas más ad hoc (para esto), que es lo que significa adhocracia.
El Diccionario de la Lengua Española dice que burocracia proviene del francés bureau, ‘oficina’, y del sufijo griego krátos que significa ‘control’, ‘gobierno, ‘dominio’. Se refiere a las normas creadas para establecer un orden en la gestión de una organización. Por el contrario, la palabra adhocracia no está recogida en el DLE.
La burocracia tiene sus ventajas, especialmente en las grandes empresas, porque permite que todo el mundo sepa cuál es exactamente su trabajo, de quién depende, a quién debe reportar… Pero, por otro lado, conlleva efectos adversos que, en un mundo tan cambiante y agitado como el que nos toca vivir, pueden lastrar la necesaria agilidad para adaptarse a la inestabilidad de los mercados.
Una empresa con excesiva burocracia puede volverse ineficiente por una excesiva especialización de los empleados, por la lentitud a la hora de aprobar nuevas medidas, por la rigidez en las normas, por pérdida de tiempo en formalidades… En definitiva, la burocracia mal entendida conduce a la desmotivación de los trabajadores y, consecuentemente, a una baja productividad.
En mi opinión, las empresas deben conservar la burocracia en lo estrictamente necesario y solo en algunos departamentos. Para todo lo demás, el funcionamiento adhocrático debe ser la filosofía habitual. ¿Cómo lograrlo?
No exigir el estricto cumplimiento de los procesos burocráticos, porque entonces los trabajadores se centrarán solo en los protocolos y no en los resultados. Cada empresa es diferente, pero, en la medida de lo posible, dependiendo de cada caso, hay que estar abiertos a nuevos procedimientos que cumplan con los objetivos de forma más rápida y eficiente que los establecidos.