Calle solitaria
Solo me queda el recuerdo de tu sonrisa tímida iluminando las veredas de esa calle solitaria. Eras una niña tímida, con piel de porcelana, como la de los dibujitos de mi infancia, muy perfecta para ser real, muy perfecta para permanecer más de un amanecer. Recuerdo que me esforzaba al máximo para ignorarte cada vez que mi mirada coincidía con la tuya, pero tu timidez fue más fuerte que mi voluntad, y solo me quedó aceptar mi derrota ante tu preciosidad.
Dicen que lo especial no se busca, simplemente llega. Eso me sucedió; no te busqué, solo te encontré y desde ese momento la vida agarró color, el zumbido del viento se convirtió en balada y tu presencia en una necesidad. Sobrepasaste las fronteras del común significado de belleza, enmudeciste mi inquietud y calmaste mi locura. Sin decir una sola palabra me ordenaste y re ordenaste.
Pero, así como llegaste te fuiste. Así como pudiste cambiar mi noche por día, tu ausencia también pudo transformar mi verano por invierno. Mis días ya no tienen reflejo y mis noches son como naufragar a ciegas en un mar profundo. Pasé de tener todo a ser un vagabundo que merodea por las mismas veredas, ahora oscuras, de esa calle solitaria. Pasé de ser dueño de alegrías a un coleccionista de memorias.
Aunque estas ausente, aún te respiro con cada soplo del viento...
Manuel A. Oliva Guardamino