La capacidad para expresar nuestras emociones mediante la palabra es una herramienta poderosa en cualquier relación humana. Trabajar las habilidades de comunicación nos abre las puertas del éxito personal y laboral y, además, es clave para nuestra salud mental. Sin embargo, el silencio también tiene un papel destacado en la adecuada gestión emocional.
Tendemos a pensar que quien se queda callado es por ignorancia, por timidez, por desinterés, por aburrimiento o por falta de recursos emocionales, intelectuales o relacionales. Solemos creer que el silencio implica incomodidad, que es preciso llenar los vacíos para no dar la impresión de que no sabemos de qué hablar o qué decir. Presuponemos que, sobre todo en el mundo laboral y en las relaciones de poder, hay que demostrar a toda costa que conocemos tanto o más que nuestro interlocutor sobre cualquier asunto y que tenemos respuestas ante cualquier situación. Pero no debería ser así.
El silencio también habla, y a nuestro favor, si sabemos manejarlo. Estas son algunas de las situaciones en las que resulta preferible callar:
Ante determinadas personas. Todos conocemos gente que parece buscar robar nuestro tiempo, que se enreda en volver a tratar lo que ya se ha discutido, que da vueltas y vueltas a asuntos cerrados. Son personas con las que no sirve de nada decir "no quiero discutir más este asunto", porque eso les da pie a iniciar nuevos circunloquios. En estos casos, el silencio educado y atento, con un lenguaje corporal adecuado, puede hacer que la perorata se extinga por sí misma. Y lo mismo ante quien está muy enfadado: combatir es la peor estrategia.
Cuando tenemos el deber de escuchar. El verdadero líder se limita a exponer de forma clara y breve y, a continuación, se calla para dar voz a los demás y recoger sus aportaciones con interés. No seamos como quienes, en su afán de protagonismo, parecen convocar reuniones para escucharse a sí mismos.